jueves, 20 de agosto de 2009

Diario piscinero (I). La invasión de las madres tortuga.

10:15. Para encontrar sitio hay que llegar temprano, así que, embadurnado en crema, me encuentro en la piscina a la caza de una sombrilla. Para marcar territorio utilizo las toallas. No una, ni dos, sino tres toallas extiendo entorno a la sombrilla. Que quede claro que esta, es mía. Ahora que respiro tranquilo puedo coger el Hola (que queréis, desde que tengo a la abuela en casa hacemos la colección) y tumbarme al Sol. Del Hola lo que más me gusta son los bodorrios y criticar los estilismos. Mira, la sobrina de la chacha del Rey se ha casado. El vestido no puede ser más hortera, parece la tarta con velas incluidas. Yo sé de otra que se casa, la Veneno. No entiendo porque no lo anuncian en el Hola. Ella no le toca un pie al Rey (porque él no se deja) pero va a tener un bodorrio por todo lo alto, con morcilla de burgos para todos y de postre, tiburón.
11:30. Estoy mirando fijamente el bronceador. Intento moverlo con la mente. Me concentro, vuelco todas mis fuerzas sobre la crema y hago presión con las orejas. Previsiblemente, no se mueve. Ni yo soy Prue ni esto es Embrujadas, pero siempre es divertido intentarlo, aunque sea un poco frustrante.
12:00. Llegan en silencio y, con disimulo, van ocupando cada una de las sombrillas, tomando posiciones hasta hacerse con toda la piscina. Son las madres tortuga. Para quien no lo sepa, las madres tortuga son ese grupo de mujeres que en verano invaden piscinas y chiringuitos y que nunca, nunca, aunque se les caiga el reloj o el niño a la piscina (ya puede ahogarse el niño), meten la cabeza bajo el agua. Las verás nadar con el cuello estirado, esquivando chapoteos y cualquier inconveniente que amenace con mojar su inmaculado cabello, mientras tras de sí dejan un delatador rastro de crema blanco. Debo confesar que mi madre es una madre tortuga. Desde que tengo uso de razón no la he visto sumergir la cabeza bajo el agua, a no ser con uno de sus gorros de baño. Son discretos, en tonos fucsia o con lunares y a veces vienen acompañados de una exótica flor (una rosa en plástico), por si pudiera pasar desapercibido. Como complemento suele acompañarlos de sus gafas de sol, lo cual en conjunto recrea a una suerte de Martirio submarina. Ella no lo hace por dejarme en ridículo. Es solo su naturaleza, estoy convencido.
12:35. No me explico cómo puede comer con ese ansia, y yo soy de buen comer, pero ¿así? No, así no. No son formas. Ala hija, engulle. Al año que viene te hacemos el bañador con un paracaídas.13:25 Un día mas me voy para casa con hambre, la cara quemada (la nariz casi relumbra) y sin haber ligado (no es que yo sea de los que van a la piscina a ligar, no. Es solo anecdótico).

lunes, 10 de agosto de 2009

Diario de Viaje ( I ).

Madrid en Verano es un infierno de asfalto. Es de noche y, aunque la ventana está abierta, el aire aquí es una losa de hormigón ardiente. Con los pies sobre la mesa apuro lo que queda de agua en el vaso y cambio de canal otra vez. Los canales de porno han dejado de emitir, y ahora una señora con un geranio en la cabeza recibe a Escorpio en directo. Las cartas no se equivocan, Escorpio. Esa molestia no es nada grave. Me quedo mucho más tranquilo y apago el televisor .
No puedo dormir. De todos modos en algo menos de tres horas y procurando no hacer ruido, papa asomará la cabeza por la puerta para despertarme susurrando mi nombre. Tampoco importa si no duermo, porque mañana estoy en Roma. Lo cierto es que uno de los mejores momentos en un viaje es la noche antes de comenzarlo. La noche antes, cuando aun nada ha sucedido, se pasa entera imaginando como serán los próximos días. Es emocionante pensar en todo lo que podría ocurrir, fabular con un imprevisto incidente a la entrada del metro o con un romance de ensueño. Para aquellos a los que nos gusta vivir soñando, imaginar una vida paralela y distinta a la real se convierte en una afición. En ella encontramos las palabras que quisimos oír o aquellas que nunca dijimos, momentos ocultamente anhelados, escenas que no encontrarán lugar en el tiempo. Y no siempre fantaseamos con acontecimientos deseados. En ocasiones puede tratarse de grandes catástrofes o simples conflictos cotidianos que presenciamos con todo lujo de detalles, analizándolos con todas sus posibles consecuencias. Imaginar al portero discutiendo por una correspondencia extraviada, mientras el perro de la del segundo le gruñe mordiendo el bajo de su pantalón, es siempre desestresante y satisfactorio. Esto lo entenderíais si, como yo, odiaseis a vuestro portero. Seducido por los placeres de esta vida secreta, capricho de la imaginación, pasan las horas entre el delirio y el sueño. Mas debemos ser precavidos, y conscientes de que no existe mayor emoción ni mejor placer que los que nos brinda una vida real. Para mi desgracia, suelo olvidarlo con frecuencia.
En la tele la vieja con ínfulas de sacerdotisa y que retransmite desde su garaje, en Teruel, sigue esperando tu llamada junto a un Buda de cartón piedra. Que pongamos en manos de una menopáusica teñida de rubio y con una lenteja incrustada en la frente cuestiones trascendentales de nuestra vida y nuestra salud, pone en evidencia la inseguridad de una sociedad que por encima de todo se siente muy sola. La gente no quiere a los cirujanos en los quirófanos. La gente quiere a la bruja Lola.